La Ley de Libertad Religiosa es un espejo de las sectas que la impulsan, una bolsa vacía cuya trascendencia no se expresa en lo firmado, sino en lo que esa firma oculta y representa: convertir perversamente y de forma invisible la identidad religiosa en un factor político de poder, al estilo del Brasil de Bolsonaro.
Se trata de un texto que no generará ningún cambio en la realidad que vemos: la proliferación intensa de sectas cristianas. Algunas amasando fortunas de varios millones de dólares; otras que sin fortunas visibles, con decenas de predicadores, cuyos gastos no tendremos el derecho de saber de dónde salen ni quiénes acumulan.
La Ley de Libertad Religiosa representa la hegemonía de Ekklesía al interior de ese gigante universo y el pacto electoral que Evo Morales ha decidido firmar con ellos, como lo ha hecho con los empresarios terratenientes del oriente, con el sistema financiero o con cualquier otro sector conservador que represente poder. Lo que las sectas le han vendido al gobierno es la aparente capacidad de mover masas, no importa hacia dónde lo hagan.
Una de las “inofensivas” prédicas de Ekklesía es que el dinero es la expresión de la bendición de Dios; la pobreza, por tanto, expresión de su castigo. Adiós lucha de clases, adiós cuestionamiento de la explotación y los privilegios. Las sectas cristianas, empezando en los Mormones, Testigos de Jehová y, por supuesto, incluyendo a Ekklesía, son una de las grandes ofensivas del imperialismo norteamericano para la dominación ideológica.
En plena dictadura y cuando empezó a sentirse débil, Banzer hizo traer al predicador Ruibal, para que en el estadio hiciera milagros con inválidos contratados: espectáculo pensado para adormecer al pueblo. Con 10 años estuve allí, con mi familia, no alcanzamos a entrar al estadio y escuchamos en medio de una multitud la prédica desde un lugar de la plaza, muertos de frío, mientras mi madre oraba por la sanación de mi hermana mortalmente enferma, escena en la que me convertí al ateísmo.
Banzer estaba cayendo, necesitaba masas y se las movieron las sectas cristianas, que luego se dedicaron a penetrar el movimiento campesino para desactivarlo, hasta su avanzada actual con las clases medias urbanas.
A finales de los 80, un joven identificado con Zárate Villca, en un anti-imperialismo ingenuo, mató a un mormón, a partir de esa fecha los Mormones han subcontratado “morenitos” para la prédica; antes de eso eran gringos, de ojos azules, los que predicaban que Cristo -según su biblia- era rubio y norteamericano.
Ese joven compartió Chonchocoro con García Linera, porque Sánchez de Lozada, por orden expresa de la embajada, ordenó una investigación inmediata. La Policía detuvo al hermano equivocado y no les importó el error, lo importante era tranquilizar al imperio, el asesino de los mormones estaba en la cárcel y no era “ningún preso político”. El movimiento popular de los 90 identificaba con claridad el carácter imperialista de las sectas cristinas; hoy Evo Morales hace pacto con ellos para ganar elecciones.
Vale la pena describir la mesa en la que se firmaba la ley, compuesta por hombres, entre los que aparecía, encogida de hombros, la presidenta del Senado, con cara “de nadie me pregunto nada”, exhibiendo que ningún peso político tiene. Toto Salcedo, con una sonrisa en la que estaba dibujada la ambición política de penetrar el Estado; el Presidente, cuyo único rostro es el cinismo, y la “mano que mece la cuna”, el ministro Quintana, falso anti-imperialista. Ningún amauta, aunque sea chuto, conformaba la mesa, ni para cuidar las apariencias.
Esto no afecta a la Iglesia Católica, porque tiene un intocable concordato especial con este mal llamado Estado laico, gracias al cual no paga impuestos.
Hay varios párrafos en los que aparentemente se protege el amautismo, al que se tratará de extirpar con la guerra de recursos y en la ofensiva millonaria que despliega el critianismo fundamentalista, que predica abiertamente contra los ritos amáuticos, a los que califica como actos “idolátricos” que disgustan a Dios.
Reclaman como libertad religiosa el derecho de crucificar jóvenes, mujeres, maricas y trans, según su visión retrograda de la vida, el sexo, el cuerpo y la libertad. No seremos mártires de su inquisición, seremos insurrectas de su persecución.
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