Trabajo sobre la calle, donde se despliegan todos los desfiles escolares; desfiles en los que desfilan las deudas de madres que han tenido que hacer de todo por conseguir la platita para confeccionar trajes para sus hijas; trajes complicados y costosos que las visten para rendir honor a los acosadores callejeros, y los pedófilos que son los ilustres hijos de la patria.
Veo a las guaripoleras de las bandas de rodillas, en bandejas, ofrecidas a la carnicería machista callejera; mientras la madre, al costado, ancha y de mandil contempla una hija que no parece haber salido de su vientre. Chicas, desvestidas de sus mandiles para vestirse como para una escena pornográfica, desfilan en busca de su cuerpo. Confío en que la guaripolera más atrevida y sensual de la banda se levante de la bandeja en que la ofrecen y le dé un charolazo en la cabeza al patriarcado, denuncie los acosos profesoriles que sufre y salga con nosotras a grafitear un gran ¡basta!
Pero ella no es el único personaje; de tanto en tanto adviertes en los grupos de chicos, chicas vestidas de pantalón que, con trompeta en mano y formando parte del grupo masculino, desafían con su marimaches, con su rebeldía, y con su ropa la lógica de orden de toda la banda.
Las miro a esas mis marimachas con alegría y complicidad, imaginando las cantidades de reuniones de padres de familia que han provocado sus anchos pantalones y sus deseos de tocar la trompeta y no el triángulo en la banda escolar, sus deseos de tocarse, y bailar entre mujeres, deseos que las convierten en las expulsadas del sistema escolar y en las errantes alumnas que van de colegio en colegio, con trompeta en mano y libreta de indisciplinada libertad.
Son las que acompañarán a la amiga a abortar, son las que estudiarán ingeniería y no trabajo social; son las desorganizadoras del sexismo escolar.
Es cuando las letras del Himno Nacional que me cansa, y eso es decir poco, se me resbalan componiendo un verso diferente:
Bolivianas el tiempo es propicio
Dignidad para nosotras es nuestro anhelo
Es ya libre ya libre este cuerpo
ya cesó su servil condición
En este país que celebra más de 200 años se come y se vive bien gracias a esa masa gigante de mujeres que en todas las ciudades han desatado enormes tejidos de servicios, que no sólo les proveen a ellas la subsistencia, sino que permiten y posibilitan el “vivir bien” callejero y antigubernamental.
El vivir bien a pesar de no tener trabajo, el vivir bien por haber expulsado al macho violento, el vivir bien por tener claro que con nadie te vas a dejar ya pisotear. Es entonces cuando, en medio del desfile, te compras una manzana acaramelada con las ilusiones de una vendedora ambulante.
Pero el dulce dura poco la escena de violencia estatal simbólica toca su punto más alto. Pasan delante de ti filas y filas de niños varones disfrazados de soldaditos que emulan al pobre del Juancito Pinto. Niño convertido en soldado que murió matando. Es uno de los “personajes del proceso de cambio”.
Destino absurdo que en su fetichismo machista estatal propone a los niños antes de que ellos puedan defenderse de esas ideas, antes de que ellos puedan rebelarse para no ser convertidos en soldados. Rebelarse para no ser convertidos en ese macho boliviano que recibe del Estado el poder de matar. Mensaje estatal machista que no los convertirá en héroes, sino en futuros violadores o feminicidas.
El himno vuelve a descomponerse en mi mente:
no queremos ya bravos guerreros, cuyo heroico valor y firmeza en machismo y violencia convierten, conquistando gloria y poder a costa nuestra.
No hay por dónde huir de la escena, no hay cómo silenciar los himnos, la escuela boliviana es un rito domesticador por donde el proceso de cambio ha pasado para agudizar todos sus defectos. No ha cambiado la educación que es domesticación; no ha cambiado el aula que es sala de tortura; no ha cambiado la pizarra, que es contenido memorístico, y el desfile lo confirma en esta escena obscena, en la que racismos, sexismos y machismos componen un caldo tóxico que se repite sin remedio. Está confirmado estos bachilleres no sabrán leer, ni escribir.
Entonces ya llego a la estrofa final:
La vida en esplendor gocemos
y en sus aras de nuevo juremos
Morir antes que casadas vivir
Está claro, es urgente salir a grafitear contra la patria.