EL CURA
PEDERASTA

 

LA ACERA DE ENFRENTE

Por: MARÍA GALINDO

Integrante de Mujeres Creando

16 de Mayo– 2020

No lleva nada que nos permita distinguirlo del resto, es básicamente igualito que todos los otros curas del planeta. Sermonero y dueño de la verdad. No esta señalado, tiene tanta autoridad como cualquier otro cura, no es que está aislado sino todo lo contrario.

El cura pederasta se levanta temprano, oficia misa, confiesa y da la comunión. Es maestro o director de colegio, guía espiritual y exhibe de lunes a lunes incluido los domingos su superioridad moral ante el mundo igual que lo hacen todos los curas.

Sabe castigar y hacer sentir culpables a sus víctimas, sabe poner distancia con las madres de sus víctimas, sabe aplazar un alumno o premiarlo.

Sabe hacer callar a sus víctimas, amenazándoles. Sabe usar su autoridad de enviado de Dios para hacerse obedecer con ellas. Sabe manipular a sus víctimas para que se sientan culpables y se callen. Sabe exhibir su superioridad moral para que cuando un niño o niña dice lo que le ha hecho nadie le crea.

El cura pederasta en la iglesia tiene y ostenta todos los poderes también el poder de enseñar y manejar grupos de niños, niñas y jóvenes.

No es que el cura pederasta renuncia a su profesión, no es que se tortura, no es que siente vergüenza es más se confiesa y es absuelto una y otra y otra y otra vez.

Si lo descubren sus superiores lo salvaran de la ira de la gente y lo trasladaran de sitio en sitio por eso se siente seguro de poder seguir usando los cuerpos de los niños, de las niñas o de las, los, les jóvenes según las circunstancias.

Lo socapan tanto que el cura pederasta no duda de su propio comportamiento, no duda de su derecho a la más completa impunidad y con los años va haciéndose más cínico.

De lo único que duda el cura pederasta es de sus otros hermanos de congregación, de sus superiores, de sus colegas curas de otras órdenes. Cuando están reunidos todos entre curas sin intrusos el cura pederasta se distrae mirando las manos de sus hermanos e imaginando si ellos también masturban niños, besan a la fuerza niñas, juega a tratar de adivinar cuál de ellos es más cínico. Se siente entre cómplices y jamás se siente incómodo.

Le gusta la ropa limpia y perfumada, le gusta que lo atiendan y comer bien.

Su vida es cómoda, no hay nada que lo incomode, desvele, ni preocupe; dispone de las victimas porque están a mano, dispone del recinto donde abusar de ellas porque es dueño de su mundo, dispone de un discurso que lo encubra porque es dueño del “bien” y la “moral”, dispone de complicidad porque muchos hacen los mismo que él.

El cura pederasta no tiene vergüenza, remordimientos, preocupaciones, dudas, angustias, ni desvelos. No es que este mal de la cabeza. No es que este enfermo, no es que este desviado, todo lo contrario, está en el contexto y en el centro del discurso que mejor calza con todas sus manipulaciones.

El cura pederasta señala a la población homosexual como depravados y maltrata a la madre soltera, prohíbe la inscripción del hijo de la divorciada, condena el aborto en la joven violada y obliga a parir a una niña de 10 años a costa de su vida.

Y mientras hace todo eso, sigue abusando de niños y niñas porque todas esas acciones de condena son parte de su actitud abusiva ante la vida. Se siente con el derecho de imponer un embarazo, aunque sabe que dentro de la congregación hay curas que hacen abortar a sus víctimas. La doble moral es para él como pasar de una habitación a otra sin tropiezos, él puede transitar de una situación a otra porque se siente incuestionable, intachable y porque su propio discurso religioso le sirve de justificativo. Pide perdón a Dios y se absuelve a sí mismo, pero jamás pide perdón a un niño abusado porque se niño es nada para él; su dolor, vergüenza o miedo no lo detienen.

Ya no recuerda la primera vez que se atrevió a manosear a un niño, sería inútil preguntarle porque han sido tantas veces que ya no recuerda la primera.

Todo fue cuestión de empezar uso unas veces la sacristía y otras veces el confesionario, otras veces el aula o un corredor, en ocasiones decidió tener un recinto especial donde llevar a los niños para poder abusarlos con total comodidad.

Cuando ha cometido un abuso no siente resentimiento sino alivio, reza, se confiesa se lava las manos y se siente completamente listo para el siguiente abuso.

En lo que ha tenido que ir refinando su técnica es en las formas de engaño, intimidación o amedrentamiento de sus víctimas. Cuando se ponen a llorar o cuando escapan de sus manos, lo único que le importa es que no se lo cuenten a nadie, pero si llegan a contarlo que nadie les crea.

Goza de lo que se llama una bendita impunidad, con el crucifijo por delante su derecho al abuso está garantizado.

El cura pederasta no es un hombre arrepentido, es un cínico de profesión

Es un dueño de la santidad y de la verdad y es esa dueñidad que lo hace más inalcanzable para las manos de la justicia. Por eso sus abusos no son anécdotas sueltas sino largas letanías de un sinnúmero de víctimas que no pudieron hablar, que no tuvieron credibilidad, que tuvieron miedo, que tuvieron pánico y que se resignaron a ser destruidas cotidianamente por el cura profesor, por el cura director, por el confesor y el guía espiritual.

Paso el cura pederasta destrozando sexualidades y vidas enteras, nadie que haya pasado por sus abusos pudo construir su vida. La confusión y el miedo sembrados con 8, con 15, con 16 o 7 años permanecen por siempre enterrados dentro de los cuerpos que abusó.

El abuso del cura pederasta circunda a la iglesia entera, porque es la iglesia que los protegió, los socapo, los confesó, los perdono, los traslado y les entrego niños, niñas o jóvenes para sus abusos.

Pudieron expulsarlo y en vez lo protegieron.

Pudieron denunciarlo y en vez lo protegieron.

Pudieron impedirle ejercer el sacerdocio y en vez lo justificaron.

Pudieron no dejar que se acerque a niños, niñas y jóvenes y en vez le proveyeron víctimas.

Pudieron proteger los colegios e internados de su presencia y en vez hicieron que le sirvieran esos espacios como espacios de abuso.

Toda la sociedad se pregunta ¿por qué?, yo quiero intentar responder.

No es una debilidad es un delito

No es un error es un delito

No es una enfermedad psiquiátrica que necesita tratamiento, es un delito que exige justicia, es una doble moral calculada.

El cura pederasta está vestido con una sotana de hipocresía,

No es una excepción, sino una larga lista de abusos en todas las órdenes, en todos los países, en todas las instituciones educativas que haya administrado.

Hoy que la verdad está saliendo por todas y cada una de las rajaduras y las esquinas son las victimas que pueden sentir un poco de alivio, son las victimas que pueden recuperar la esperanza de ser escuchadas por la sociedad.

No es la hora de los hipócritas, es la hora de las víctimas y como dice la sabiduría popular esto que está pasando tenía que pasar.

Niña violada, niño lloroso y manoseado recoge tu calzoncito manchado de sangre y sudor tembloroso y vamos a lavarlo al río para respirar bien hondo porque ha llegado la hora de la dignidad.

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