Probablemente ella misma no lo sepa. Seguramente está incrustada en un terreno de contradicciones que la delatan como hija de una madre que no se rebeló, heredera de gestos de sometimiento que se le van desprendiendo de la piel paso a paso, en un despellejamiento permanente. Lo que sabemos de su propia boca es que la cunumi es la mujer que no desea repetir la vida de su madre, que no desea cargar esas frustraciones y que sueña, sueña y sueña, y de tanto soñar ha aprendido solita a desear.
No lo hace con certeza, sino con torpeza. No lo hace con delicadeza de mujer fina, de clase alta; lo hace con ira de mujer hambrienta. No sueña con disimulo, sino con ansias, las ansias de sentir los orgasmos que su madre jamás probó; la ira de no ser la sirvienta del camba jumechi que llega a “patear las sillas y romper las ollas” que su infancia destrozó.
Probablemente la cunumi no sepa ella misma lo que quiere, pero sabe lo que no quiere y si hay algo que ella no quiere es volver a ser la protagonista del cancionero de la tradición camba con que su madre se enterró en vida. La cunumi no es la “niña camba” de la canción que canta la libertad de él y el sometimiento de ella. La cunumi es la que está cambiando los versos de esa canción. La cunumi es la mujer que cuando la canción dice “camba yo siempre te llevo dentro”, ella tararea -camba yo no te quiero aquí dentro-.
La cunumi es la mujer que ha dejado de ser depositaria de los sueños de él, no es más un contenedor del macho, por eso cuando la canción dice “niña te dejo todos mis sueños”, ella canta: niña supera todos tus miedos, recoge todos tus sueños y te podrás rebelar.
La cunumi no es señorita, es antiseñorita, no es hija de familia. El apellido de su padre no le abre ninguna puerta. la cunumi es la de abajo, es la que compra ropa usada, la que vende pollos en la esquina, a la que patea, persigue y despoja la alcaldía. Ella no bailará en el Carnaval; saldrá de ambulante a vender espuma, dulces, cervezas y aguantar sobre su cuerpo manoseos, y miradas que no son las mismas que recaen sobre el cuerpo de la señorita.
Ella no será modelo de la Fexpocruz; venderá hamburguesas en la puerta. La cunumi ocupa en la sociedad un puesto que la obliga a abrir bien los ojos para subsistir y que le supone el lugar de privilegio desde donde juzga las cosas con una perspectiva bien diferente, más astuta, más completa, más desafiante.
Por eso el camba de clase alta, que la mira con deseo y con desprecio, la odia doblemente al saberla rebelde e indómita. No puede soportar que ella le diga que no, le dé una patada en los testículos, le quite las manos de su cuerpo y no acepte el manoseo. El reggaetón no nos dice lo que la cunumi quiere, sino lo que el macho acomplejado y rabioso siente. El reggaetón no nos dice lo que la cunumi quiere, sino lo que el macho rechazado siente.
Ese reggaetón es la voz del violador, del que se droga por acomplejado, que no soporta verla libre, con solera y short, diciéndole al mundo con su cuerpo que quiere ser feliz. El reggaetón es la voz del misógino, del hijo de Percy, del hijo de la Santa Cruz machista que no soporta a esta nueva cunumi que está naciendo con otra mirada, otro paso, otro porte y otros sueños.
No se trata de prohibir una canción, se trata de defender a la violada de La Manada, a la violada de Warnes, de La Guardia, de Montero.
No se trata de salir un día desde el Parlamento y el gobierno, que se alía con Percy, que no cuestiona la guerra contra la cunumi que Angélica Sosa protagoniza al indignarse con aire moralista por la canción que proclama la violación.
Este es el país de los machos que gobierna el Evo ofreciendo cocaleras como objetos y liberando a Domingo Alcibia, el violador de la Gobernación de Chuquisaca, tras cinco años de fingida reclusión. ¿Acaso no son cómplices de todo eso esas diputadas, ministras y funcionarias? El reggeatón de la violación está inspirado en las coplas carnavaleras de Evo, se podría decir que es una nueva versión regional de esa misma canción, de esa misma violencia machista, de ese mismo macho que no soporta ver que la cunumi ha pasado de querer ser deseada a querer y poder expresar su deseo.
Cuando ella dice quiero la llaman puta; cuando ella dice no quiero la llaman puta de nuevo para condenar en ella esa veta fecunda de libertad que es saber expresar su deseo.
Nosotras sabemos que el único antídoto para luchar contra esta canción es la rebelión.
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