Divorciada quitamaridos

Las mujeres bolivianas hemos conquistado el divorcio hace 90 años. Justamente Adela Zamudio, elogiada hoy porque está muerta, fue una de las defensoras del divorcio y la Iglesia, como hoy lo hace con el aborto, condenó el divorcio, anunciándolo como el apocalipsis y la destrucción de la familia.

Las mujeres hoy estamos usando el divorcio con agilidad, con sabiduría y como instrumento de emancipación cotidiano; es más, el único momento en el cual los derechos que supone el matrimonio civil se cumplen es el momento en el que lo disuelves.

La historia que quiero contarles es la de una mujer divorciada, habitante del municipio de Collana, un pequeño municipio donde su libertad y su independencia fue vista como una amenaza que debía ser castigada por la “justicia comunitaria”. Mientras la escucho contarme su historia pienso en esa defensa romántica e hipócrita que se hace de la “comunidad” de las “comunidades” como contextos de vida idealizados, retratados como horizontales, como cultivadores de valores ancestrales, como lugares por donde el colonialismo no ha pasado arrasando.

Las comunidades, como las conocemos hoy, subsisten gracias a un rígido código de vigilancia cruel sobre las mujeres, gracias a una tiranía sobre ellas, su tiempo, su trabajo y sus sueños. Pero entremos a la historia que quiero contarles:

Margarita tiene 35 años, su oficio es cargar piedra caliza, por lo que se gana 100 pesos diarios. Vive sola en su cuarto y es una mujer divorciada. Como tal, es vista como una amenaza, por los hombres, pensando que ella puede representar un mal ejemplo de emancipación para las mujeres, y por las mujeres conservadoras, que piensan que ella puede ser una “robamaridos”.

No sabemos si margarita se enamoró o no, no sabemos si decidió un día tener una aventura o no; lo que sabemos es que el concejal Freddy Escobar Tito, de la Alcaldía de Collana por el Movimiento Al Socialismo (MAS), decide amedrentar a Margarita. Para eso junta dos mujeres más y van a su cuarto, lo allanan, la humillan, la golpean, la asustan, la acusan de “robamaridos” y le cortan las trenzas.

Margarita, temiendo por su vida, va a la Policía de Sica Sica, que es la más cercana, y la Policía le dice que mejor se resigne, porque la que ha cometido el delito es ella, que el adulterio es algo muy grave. ¿Cuál adulterio, si ella es divorciada?.

Si Margarita hubiera tenido la aventura con un hombre, está claro que la condenada es ella y no él. Con mucho miedo, Margarita sale huyendo de su trabajo, de su cuarto y de su comunidad, sin que nadie que la respalde, que la consuele, que la apoye. Intenta presentar en la Fiscalía una denuncia y le rechazan, porque aaunque lleva todas las pruebas, el delito lo ha cometido ella y no el concejal. Seguramente la fiscal de Sica Sica, quien es además una mujer, llamada Débora Olivera Capihuara, no tiene ninguna intención de enfrentar el poder del concejal, ni de enfrentar la lógica patriarcal de la comunidad que pretender arrebatarle a Margarita su tranquilidad, su trabajo y su mundo.

El concejal sale del cuarto de Margarita llevándose como trofeo sus trenzas cortadas. Margarita llora cuando lo cuenta, porque no hay palabras para describir lo que esas trenzas cortadas representan para ella. La humillación pública es tan grande que ahora está exiliada de su comunidad en El Alto, refugiada donde su hermana.

En un país sumido en un proceso electoral tóxico, la historia de Margarita no tiene ningún lugar. En un país con un feminicidio cada tres días, la historia de Margarita no tiene ninguna importancia.

Ella se siente humillada, teme por su vida, ha perdido su trabajo, ha sido avergonzada frente a toda la comunidad, han allanado su cuarto, pero como es una mujer pobre, campesina, aymara, su historia no tiene ninguna importancia.

La fiscal puede sin temor rechazar el caso y obedecer al concejal del MAS, quien se siente hiperpoderoso, porque cuando se mira en el espejo ve a Evo, se siente un Evito mandamás y todopoderoso.

La Policía puede acusarla de adúltera, porque una mujer mayor de edad no es dueña de su cuerpo, sus afectos y su sexualidad, porque así lo manda la comunidad.

Margarita, convertida en paria, vaga en El Alto, en busca de justicia, hasta que alguien le dice “andate donde las Mujeres Creando”.

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