Una de las formas de paternidad más frecuentes es la paternidad ausente, la paternidad vacía, en la que la wawa escucha nombrar al padre como omnipresente y como figura principal de su vida, en la escuela y los medios de comunicación, pero lo experimenta como un ser ausente, como el que se fue, el que la rechazó, el que no aguantó, el que huyó abortando al hijo o a la hija ya crecida, apenas nacida o en pleno embarazo de la madre, como el caso de Rodolfo Machaca o Evo Morales.
Esa paternidad como vacío, como ausencia, como huida debería llamarse aborto paterno, una forma de aborto que se comete contra un ser humano existente y que no se penaliza, y que ni siquiera se nombra como tal. Esa es una de las formas de paternidad todopoderosa que ejerce el poder de negar al hij@ sustento, amor, dedicación, crianza y cariño.
Otra de las formas de paternidad es la que se considera “cabeza de familia”, cercenando la cabeza a los hijos, las hijas y la madre. No crean que es un apelativo ya superado; de hecho, el último Censo en Bolivia aún tomaba en cuenta esa categoría. La paternidad como cabeza de familia es una paternidad donde nadie más tiene derecho a su palabra y su visión propia de la vida, y la cotidianeidad y el padre está ahí, como cabeza para ser obedecido y visto como única voz de mando.
Esa paternidad también es una forma de paternidad todopoderosa que se atribuye su lugar en la familia como derecho incuestionable a la última palabra y como encarnación de la “ley”. Es desde esa visión que en la vida de las wawas la responsabilidad sobre ellas se masculiniza; la escuela habla de padres de familia, ignorando a las madres; el Estado habla de padres de familia y le atribuye al padre derechos sobre las wawas por encima de la madre. El apellido paterno es el derecho del padre de asignar un lugar social a la wawa.
Venimos luchando por el derecho de la madre de dar apellido a las wawas, porque el Registro Civil, bajo el comando del Tribunal Supremo Electoral, no ha creado el formulario para que una madre pueda inscribir a su wawa con su propio apellido como primero. Hemos solicitado a María Eugenia Choque, presidenta del Tribunal Electoral y responsable del Registro Civil, resolver esto urgentemente, pero, encerrada en su prepotencia, está desatendiendo una demanda tan fundamental, como es el hecho de que las mujeres que así lo deseen puedan dar su apellido a sus wawas y no tengan las wawas que ser nombradas con el nombre de un padre que las ha abandonado.
La paternidad todopoderosa es dar nombre aunque no des absolutamente nada más. El poder de nombrar como un poder masculino frente a la imposibilidad de las mujeres de dar nombre aunque den la vida.
El padre como hijo de Dios que está por encima de la madre no asume las tareas que se las atribuye a la madre, como es cuidar de la wawa, limpiarla, darle de comer, alzarla, criarla, curarla cuando está enferma, limpiarle los mocos y las cacas. Si el padre asumiera esas tareas de crianza, su rol como dios todopoderoso se diluiría en una cotidianeidad que el padre no quiere asumir por comodidad, pero también por poder. El poder de no ser madre que da la vida, sino de ser padre que manda sobre la vida y puede quitar la vida.
El hombre que mató a su compañera y a sus wawas en Yacuiba es el ejemplo trágico más reciente de ese padre que como último acto de mando mata. “No puedo mandar sobre sus vidas, entonces se las quito”.
Las mujeres ya le hemos dado la vuelta al mensaje cristiano y decimos: hágase en mi voluntad. Los hombres le tienen que dar la vuelta también y poder entender que todo feminicida se siente un dios todopoderoso, con el derecho de quitar la vida.
El día que cualquier hombre entienda la paternidad como algo a ganar, cargando en el aguayo la wawa, algo a ganar criando y limpiando mocos; el día que el mensaje cristiano de paternidad como mando, poder y obediencia sea superado por la historia ese día habrá paternidad.
Entretanto, lo que hay no es paternidad, sino patriarcado, que es, entre otras cosas, una forma deshumanizada de reproducción de cadenas de mando que terminan en trágicas historias sangrientas de muerte, dolor y soledad, como la del mismo Jesucristo, que por obedecer a su padre se priva de gozar de la vida para morir sacrificado en su nombre.
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