Me senté a escuchar la lectura del fallo en el estudio de la radio. La derrota que sufrimos fue tan nítida y contundente, que su largo texto fue astillando mi respiración poco a poco, como si de una sesión de tortura se tratara, hasta que una sola lágrima gruesa asomó en uno solo de mis ojos, para ponerle el punto final al texto que nos sentenciaba como sociedad.
El recuento de los argumentos atravesó todo el siglo XX boliviano y me sentí como si hubiera estado sentada en esa silla un siglo entero, implorando la benevolencia de un país prepotente y cerrado, que hoy tiene al mundo entero de su lado.
No soy nacionalista, no soy chauvinista, no tengo patria, sé que las fronteras son rayas políticas que no definen límites entre países sino calidades de seres humanos, por eso unos transitan campantes y nosotr@s siempre interrogad@s, revisad@s, con un aire de temor congénito. Me maravillan los cóndores y las vicuñas que pasean la frontera chileno-boliviana, borrando las líneas de sangre y humillación que nos separan.
No voy a entrar en los tecnicismos del fallo improvisando un conocimiento que no tengo; la derrota me queda clara de todas maneras y las traducciones de los expertos no me sirven, no me convencen y a esta altura ni me importan.
Hay una cosa que me queda clara y es la necesidad urgente de reinventar el país, la necesidad de repensarlo todo. La necesidad de recolocar y discutir el valor de todo.
Hay una necesidad urgente de pasar la puerta del siglo XX, pasar sus paradigmas, sepultar sus demagogias, archivar el siglo XX y abrir el siglo XXI.
Bolivia necesita abrir las puertas, las casas y los cuerpos a un sinceramiento generalizado, en el que nos confrontemos con nuestras verdades. El ejercicio colectivo del autoengaño, la idea del gobierno como el acto de mentir me resultó siempre molesta, pero hoy se me hace insoportable. Quiero quitarme de encima sus mentiras y que no sepulten mis esperanzas.
Evo dice que el fallo no cierra el diálogo y ensaya frases absurdas porque no tiene nada más que decir, y mejor sería callar. Ambos quieren exaltar nacionalismos, patrioterismos, porque es el terreno donde salvan sus pellejos y sus privilegios.
El escenario pos-Haya es un escenario interno donde nos toca pensar en los mares que venimos perdiendo. Venimos perdiendo el mar verde de la Amazonia a merced de la ley de fabricación de etanol, a merced de la ampliación de la frontera de la coca, a merced de la ampliación de la frontera agrícola para que los agroindustriales siembren transgénicos y gasten su excedente en Miami.
Venimos perdiendo un mar de vidas de mujeres en el feminicidio, que goza de impunidad, dejadez y menosprecio por el valor de la vida de las mujeres; venimos perdiendo el mar de agua dulce compuesta por ríos que están siendo contaminados con una lógica extractivista e irresponsable. Venimos perdiendo mares y mares de ideas nuevas que mueren en manos de las ideas viejas que se imponen con torpeza.
El mar fue en el siglo XX un pretexto, fue una marcha militar, una bandera, un desfile, un discurso presidencial, una historia mal contada y un mar de frustración.
Para encontrar esa salida hay que caminar hacia fuera y en dirección contraria.
Para encontrar esa salida hay que huir de los desfiles, tapar los oídos a los discursos, romper escudos y banderas, y empezar a reinventar el país entero.