Tiene razón la Ministra de Comunicaciones, lo que se ha construido en la plaza Murillo no puede ser llamado palacio porque supera ese viejo concepto oligárquico de la clase alta boliviana, que quiso ver al país con lente eurocéntrico e imitativo y que se construyó un palacio a la medida de una visión racista y clasista de la sociedad. Una visión ridícula que llegó al extremo de hacer tallar en yeso una amplia cornisa de gladiadores romanos que circunda el hall central del Palacio de Gobierno, para citar uno sólo de los incontables detalles grotescos que lo caracterizan como palacio de señoritos. Dejo claro entonces que no escribo en defensa de un estado frankenstein que fue una mala copia hecha de retazos de modelos francés, alemán o español.
Lo que ha mandado a construir Evo es otra nueva concepción, se trata de un monumento fálico, más cercano a una visión fascista con adherencias tiwanacotas, que al mismo tiempo de ornamentar sirva para justificar al edificio como emblema de un nuevo concepto de poder estatal.
El edificio se presenta en su entorno como una incrustación eréctil, como un falo que proyecte uno de los complejos más profundos del Presidente: la necesidad angustiosa de proyectar y exhibir públicamente su virilidad. Necesidad que es parte de la angustia de masculinidad de todo hombre en una sociedad patriarcal, pero mucho más de aquellos que temen carecer de esa virilidad y que necesitan proyectarla para afirmar que la poseen.
Como en los juegos adolescenciales, en los que los chicos miden quién orina más lejos, el Presidente ha necesitado construir un mamotreto que sobresalga por encima de todo edificio que lo circunda.
Las luces led que lo alumbran, como si de un night club se tratara, representan la imitación, no del modelo europeo, sino la imitación del casino de Las Vegas. Luminoso, intermitente, estridente, llamativo expresa bien la ausencia de concepto del momento que vivimos y el concepto del poder estatal, como de una ruleta de la suerte, en la que siempre pierde es el pueblo y donde el que siempre gana es el mafioso que controla la ruleta. El poder estatal como una apuesta, el sitio de Gobierno como un centro de diversiones.
La idea detrás de esta forma de poder es la propaganda como régimen de verdad incuestionable. Entonces las luces anunciarán, a modelo de Coca-Cola, los beneficios gubernamentales para el pueblo, y así como hay que creerle a la Coca-Cola que es la chispa de la vida, habrá que creerle a este gobierno que su proyecto es “el vivir bien”.
En el techo un helipuerto deseado por todos aquellos que soñaron salir huyendo de ahí por los aires, con maletas cargadas de dinero, como Sánchez de Lozada o el propio Paz Estenssoro. Evo viene a cumplir el sueño de los que le precedieron: poder huir por el aire sin tener que topar la calle, sin tener que escuchar a los y las ruidosas manifestantes. El edificio aparece como impermeable a la voz de los y las de abajo, es un monumento a la sordera del poder.
Las adherencias tiwanacotas funcionan como ornamento superficial adherido, valga la redundancia. Podrían haber sido de cualquier índole porque no afectan el sentido de la estructura arquitectónica del edificio, expresando exactamente lo que lo indígena representa para este gobierno: un adorno útil, una pantalla, una apariencia.
Uno de los detalles sórdidos del edificio es su carácter de motel, expresado en el departamento del Presidente, en el ultimo piso. No se trata de una vivienda, sino que responde a esa característica tan típica del patriarcado: la necesidad del poderoso de tener a disposición sala de masaje, dormitorio, yacusi o gimnasio mientras cumple su “trabajo”. El modelo es un modelo de magnate que no diferencia un espacio del otro, donde lo mismo puede estar firmando un contrato de venta de materias primas, que tomando un baño desnudo y en compañía. Un modelo que me remite a la mansión Playboy.
Por último está el nombre “La casa grande el pueblo”. Un nombre que no es original, desde ya es una variante de una gran cadena de hoteles que se llama Casa Grande. Se trata de la recuperación del nombre que recibía la casa del amo en tiempos de esclavitud, esa la casa del amo era la casa grande.
Así lo llamaremos Ministra: ya no Palacio de Gobierno, sino casa grande del amo.