Graciela Toro, exministra de Planeamiento que mandó a hacer una auditoría sobre los contratos con la empresa que dizque iba a abrir la carretera por el TIPNIS y que se negó a que el Estado contrajera créditos caros. Javier Hurtado, exministro de Producción; Ana María Romero, expresidenta del Senado; el hijo del actual presidente del Banco Central, un tal viceministro de Medio Ambiente de apellido Ramos, que prefirió renunciar antes que firmar la boleta ambiental que matará el TIPNIS;  Rafo Puente, exviceministro de Gobierno al que no le dejaron iniciar un proceso de transformación de la Policía; Nila Heredia, exministra de Salud, y, por supuesto, Rebeca Delgado y Maldonado.

La lista es larga y más larga sería si anotamos no sólo a exintegrantes del gobierno de Evo Morales, sino a dirigentes y organizaciones que decidieron sumar fuerzas a un proyecto popular como la CIDOB, Central Indígena de Pueblos del Oriente. Podría contar el proceso de destrucción y aplastamiento que ha sufrido cada uno de estos personajes, las ilusiones y fuerza con la que aceptaron el puesto y el énfasis que le ponían a la idea de cambiar las cosas desde el  Estado.

Recuerdo la ilusión con la que me trataba de convencer Javier Hurtado sobre la necesidad de formar parte de un gobierno popular que gobierne para el pueblo y rompa la dinastía blanca empresarial que gobernaba el país antes de Evo.

Algunos ya no pueden contar su historia, como Ana María Romero, que en sus últimos días de vida constató ya la decadencia temprana del MAS. Recuerdo los relatos  de Javier Hurtado sobre las reuniones de bancada, donde nadie hablaba, ni fiscalizaba ni preguntaba. Nila Heredia, que en el Palacio mismo se enteró de su destitución, sin siquiera un gracias de por medio. Cómo olvidar a Loyola Guzmán, que ya empezó a disentir en la Asamblea Constituyente y que luego fue desconocida y maltratada por la organización a la que ella le dio largos años de amor y compromiso, como es Asofamd.

Ni qué decir de los forjadores mismos del Movimiento Al Socialismo, hoy completamente anónimos y anónimas que ni siquiera figuran; las y los que hicieron las primeras campañas publicitarias amaneciéndose y sin dinero, acotándose para la merienda de marraqueta con palta. Tengo alguna amiga entrañable entre ellas, cuyas historias no parece que nada tuvieran que ver con lo que actualmente vemos.

En el gobierno están recién llegados y llegadas al proyecto, con sus caras cargadas de ambiciones de poder, personajes que no miden el costo social e histórico que supuso para el país poner a Evo Morales como presidente. Es inútil hacer la lista porque son una gran mayoría de los que hoy están gozando y derrochando a manos llenas dinero, poder y tiempo histórico. Al punto que tenemos exmanfredistas de la extrema derecha en el MAS.

El único factor de cohesión del MAS es Evo Morales como figura emblemática y, yo diría, como envase sin contenido.

El MAS fue perdiendo a su gente más valiosa sobre la base de una metodología que sofoca la discusión, que le tiene miedo al desacuerdo y que prohíbe la libertad de pensamiento; sobre la base de una metodología que ha instalado como parámetro interno la mediocridad y la ignorancia, y guay del o la que se atreva a brillar con luz propia.

En el camino de destrucción y persecución del libre pensamiento han perdido ya no sólo la postura ideológica, sino también la mística y la ética.

Si hoy en Cochabamba gobierna la alcaldía el despreciable de Leyes, un alcalde corrupto capaz de hacer negociados con las mochilas escolares, es porque el MAS prefirió un alcalde de extrema derecha que una mujer como Rebeca Delgado, que hubiera ganado la alcaldía y que hubiera representado el poder de la disidencia gracias al libre pensamiento.

 Es irónico que el escándalo de la corrupción en Cochabamba coincida con el fallo obtenido por Rebeca Delgado. Al MAS no le importa el país, le importa el poder. Construyen ellos mismos la oposición a su medida y por eso ellos mismos le dan espacio a la derecha, pero persiguen y maltratan a sus propios compañeros  y compañeras.

El MAS tiene dentro de sus filas a sus peores enemigos, personas que quizás, mejor que nadie, se dedican a acabar con el proyecto inicial del que sólo quedan vestigios. Exactamente igual que le paso al MIR, el MAS es hoy un gran basurero que pudre lo que toca.