El verbo en aymara para designar el sexo entre mujeres es kakcha. Marmi chaka es literalmente la ambivalencia hombre/mujer.
Términos hoy enterrados, pero que figuran en el primer diccionario de la lengua aymara escrito por Ludovico Bertonio, un cura jesuita misionero que trabajó en las inmediaciones del lago Titicaca y que publicó en 1612. En ese diccionario hay términos aymaras para señalar el verbo que indica la relación sexual entre mujeres, la relación sexual entre hombres, la existencia de hombres que visten de mujeres y que tienen un nombre propio e, incluso, el nombre que recibían las mujeres que se negaban a ser madres.
El diccionario de Bertonio ofrece al menos 15 términos descriptivos de comportamientos sexuales reñidos con la visión judeo-cristiana colonial que fueron perseguidos como formas pecaminosas y señaladas como demoniacas.
En mi libro No hay libertad política si no hay libertad sexual recupero los 15 términos que considero estructurales para demostrar una construcción genérica no binaria, ni exclusivamente reproductiva y que nos presentan comportamientos sexuales múltiples presentes en nuestras culturas ancestrales. Este diccionario representa la evidencia lingüística más contundente de que el mandato de heterosexualidad obligatoria fue parte del proyecto colonial de control sobre los cuerpos y las practicas sexuales.
Ese puñado de voces deberían ser uno de los puntos de partida de lo que se mal llama la movida GLBT en Bolivia, lamentablemente se trata de un conjunto de ONG repetitivas que se contentan con pedir de rodillas tolerancia.
Ante los ataques de homofobia protagonizados contra la ley municipal quiero hacer un acto profundamente incorrecto y es el de devolverle a Revilla su oportunismo político para con el mundo marica, pues su ley entera no ofrece más que nada; es declarativa, dice que tenemos derecho a todo lo que cualquier ciudadano paceño tiene derecho. Dan ganas de reír al leerla.
El Gobierno municipal ha demostrado que es un gobierno donde se gasta todo en burocracia y donde no hay acceso a la información, y te cierran la puerta en la cara cuando disientes de la visión fofa de Revilla. El pedazo de ciudad que en su ley ofrece a la mariconada, de la que formo parte, no me alcanza ni para hacer el amor, ni para respirar siquiera, menos para plantarle cara a la homofobia.
Quiero también devolverle a Evo Morales su correcto saludo por el 28J, porque no me olvido de su discurso en la primera cumbre de la madre tierra, donde dijo que los maricas lo somos por comer pollo. No me olvido de esa insultante burla y de sus miles de burlas seguidas. No me olvido de que no se ha abolido el Servicio Militar Obligatorio donde mis hermanos maricas son violados, maltratados y humillados.
Quiero, por supuesto, devolverle su Ley 348 a la Gabriela Montaño, no sólo porque para las mujeres no se cumple y está llena de errores, sino porque no contempla la violencia machista entre lesbianas, dejando fuera a todas las mujeres que sufren violencia a manos de sus parejas y que son denigradas por la Policía cuando quieren atreverse a denunciar.
La homofobia en los colegios, en el Servicio Militar Obligatorio, en la Policía o en los servicios de salud campean todos los días. Estamos bien lejos de haber avanzado nada, la gran prueba de eso es la marcha homofóbica en la que se nos niega –no derechos–, sino incluso la condición humana y cualquier resquicio de dignidad.
No creo que por ser l@s expulsad@s de la tierra debamos aceptar cualquier cosa a título de inclusión. La fuerza de la mariconería trasciende los limites de la tolerancia para poner en cuestionamiento los sentidos mismos de todo: femenidad, masculinidad, placer o familia. Es eso lo que causa tanto temor, hagámonos cargo, pues, de ese torrrente que nuestros cuerpos representan para tomarnos el cielo por asalto; lo que nos ofrecen no alcanza a ser ni siquiera migajas.
Por eso digo alto y fuerte: No, gracias, para hacer el amor me basta y sobra mi desobediencia. Para caminar por las calles me basta y sobra mi atrevimiento.
No reclamo un pedazo de ciudad, reclamo un pedazo de historia y estoy convencida de que somos una fuerza transformadora de TODO en mayúsculas.