¿Por qué Evo Morales no alza el teléfono para llamar a su amigo Ortega, con quien compartió en las cumbres del ALBA cenas y abrazos, y le dice que pare de matar a su pueblo?
No lo hace porque se identifica con el que tantas veces llamó comandante Ortega.
Ortega fue uno de los comandantes de una revolución que acabó con una de las dictaduras más duras de los 80 en el continente, la dictadura de Somoza.
Fue ese halo de comandante sandinista lo que le permitió apropiarse de una revolución y convertir su gobierno en una copia de la dictadura somosista. Aliado con la iglesia más conservadora, se dedicó a vender el país, a gobernar en una suerte de monarquía familiar incontestable. El gobierno de Ortega nada tiene del sandinismo, más que el uso de su historia para beneficio propio. En tantos años lo que menos le interesó a Ortega es cuidar el proceso nicaragüense; lo que menos le interesó a Ortega es construir procesos internos para que la conducción sandinista del país derivara en nuevas generaciones, floreciera en nuevas propuestas y que toda la poesía escrita en el nombre de la revolución derivara en más revolución.
Ortega, que duda cabe, es hoy un dictador asesino que saldrá del poder matando y que está protagonizando una guerra contra su pueblo.
Evo Morales, en un proceso similar, ha ido perdiendo los contenidos con los que subió al poder; no es un gobierno indígena, no es un gobierno popular, no es un gobierno democrático. Ha devorado todos los poderes del Estado y es hoy un gobierno caudillista que quiere concentrar todo en su figura.
En series coleccionamos los escándalos de corrupción, de negligencia y de falta de sentido. Al que menos le interesa relevo alguno es precisamente a Evo Morales. Los sueños de una sociedad no racista, antimperialista, con un gobierno indígena, un gobierno que responda a las necesidades populares, un gobierno que mande obedeciendo, son hoy sueños rotos, convertidos en la pesadilla de un gobierno caudillista al que sólo le interesa aferrarse al poder para seguir disfrutando mafiosamente de la gestión del Estado. Un gobierno sin ideas, al punto de que se han puesto a copiar el programa de Revilla de Barrios de Verdad, que es un Programa del Banco Mundial poco interesante de maquillaje de bienestar. La única idea detrás es polarizar la situación hasta el nivel de barrio: estás con Revilla no hay plata; estás contra Revilla hay plata.
Parece un detalle inofensivo frente a la magnitud de vivir en una sociedad en la que no hay justicia, no hay deliberación de ideas, no hay acceso a la información; pero se trata de una muestra de que una vez que el gobierno de Evo ha tomado ya todo, todos los poderes, todos los espacios, pasará a atar, amordazar y polarizar a la población centímetro a centímetro. Por eso les irrita tanto el Bolivia dijo No, porque aunque se trata de una frase corta, sin un contenido claro, es un No que rompe su proyecto de control.
La comparación entre Ortega y Evo es espeluznante cuando hablamos de gobiernos que dicen ser una cosa y son otra; cuando hablamos de gobiernos que convierten los contenidos de una revolución en pantalla de proyectos caudillistas, a los que sólo les importa el control de todo y la concentración de poder en sus manos.
La comparación es espeluznante cuando vemos cómo Ortega se aferra hoy al poder a cualquier costo. No estamos en Bolivia, por supuesto, a esa altura, pero estamos justamente a tiempo de que el proceso boliviano no derive en un proceso como el nicaragüense. Estamos a tiempo de no permitir un enquistamiento de Evo Morales y su cúpula mediocre en el poder del Estado; estamos a tiempo de que no se consideren dioses bajados de los cielos e incuestionables, elegidos para un gobierno perpetuo.
Ortega hoy está dispuesto a matar para seguir gobernando; Evo está dispuesto a polarizar la sociedad una vez más para que la violencia sea entre nosotros. Es urgente que esto no pase, es urgente que Evo sea destituido, no del gobierno, sino del trono divino del elegido, para que vuelva a formar parte de los mortales.