Este 23 de julio se ha cumplido, desde 1953, 65 años de la conquista del Voto Universal, que pretendía romper con el monopolio del varón blanco letrado y propietario, como dueño de la política formal. Con el Voto Universal, las mujeres  y los indígenas en nuestro país supuestamente accedemos a eso que se llama “política”. Nadie celebra ni recuerda esa fecha, sólo se recuerda la promulgación de la Reforma Agraria porque, de hecho, el monopolio masculino sobre la política no se ha roto con el voto de las mujeres, el monopolio blanco y colonial tampoco se ha roto con el voto indígena. Aquellas mujeres que acceden a la política formal lo hacen sumándose a la política definida en términos masculinos y patriarcales.

No hay ni una sola mujer electa a escala mundial que haya sido contundente en su capacidad de romper con los moldes y parámetros patriarcales; las mujeres en el poder no representan a las mujeres de a pie ni menos aún la capacidad de ejercer política de una forma distinta. No había sido cuestión del acceso a elegir y ser elegidas, sino que de lo que se trata es de cambiar los conceptos mismos de lo que entendemos por política y poner las prioridades al revés:  primero la vida, primero la felicidad, primero la naturaleza.

Eso supondría devolvernos a las mujeres nuestros cuerpos, devolvernos nuestro tiempo, devolvernos el poder sobre nuestras maternidades. Supondría una revolución feminista y no una cuota biológica para ser elegidas o el derecho de votar por un caudillo machista que nos ve y nos usa como objetos sexuales o como base social “desamparada” y “vulnerable”. Pero mientras la política formal, con pies de plomo, de forma casi primitiva nos ofrece el voto y el derecho al 50%  dentro de una política patriarcal, poco trascendente para la vida; la gran masa de mujeres populares va mucho  más allá.

Las mujeres, entre otras cosas, estamos en el proceso alucinante de conquista de la fiesta. Las cientos de miles de mujeres que veremos en la Entrada Universitaria, bailar y moverse como si quisieran hacer retumbar la tierra; las mujeres que en la fiesta del Gran Poder desobedecen de frente  las normas ridículas de la Asociación de Conjuntos Folklóricos para encajar sus cuerpos en un corsé escotado, con los pechos casi totalmente descubiertos; las mujeres en los prestes como protagonistas de la alegría y el desenfreno de quien está rompiendo algo con todo su cuerpo son sólo un síntoma de esta alucinante conquista de la fiesta.

Ir a “la fiesta” entre amigas, cambiar en  “la fiesta” de pareja, bailar con quién te dé la gana, expresar tu alegría, tu excitación sexual, tu sensualidad, es eso lo que hoy se presenta como un escenario subterráneo de auténtica conquista social para las mujeres y, muy en especial, para las mujeres jóvenes.

Conquistar la noche, conquistar el baile, afirmar el derecho en la fiesta de vestirte y contornearte como te da la gana. Destituir la supuesta “propiedad” de tu pareja sobre ti en el escenario de “la fiesta”. Esas son las escenas a las cuales el machista está respondiendo con violencia para castigarnos, para hacernos retroceder, para reinstaurar su poder precisamente en la fiesta. Para que ninguna mujer se sienta libre de vestirse como le da la gana, para que el mínimo detalle de transgresión sea utilizado como detonador de una forma de acoso o agresión sexual, para que toda mujer se sienta en peligro de vida, en peligro de violación en “la fiesta”.

La fiebre de conquista de la fiesta como escenario de libertad para las mujeres es uno de los escenarios del feminicidio. Muchas mujeres son asesinadas con sus mejores galas y cuando latían en sus pechos con más intensidad sus ganas de vivir; allí mismo somos violadas al son de la banda. Al día siguiente, cuando se recogen nuestros cuerpos, cuando sale la crónica policial de lo sufrido, la sociedad entera nos culpabiliza de lo ocurrido, porque nos habíamos tomado la osadía de ir a la fiesta, de transgredir en la fiesta la ley del macho; porque nos habíamos atrevido a comportarnos con desenfreno, rompiendo cadenas invisibles.

La conquista de la fiesta es, desde mi punto de vista, más trascendente, más seductora y más transformadora que la conquista del voto. Si no puedo bailar en tu revolución, no me interesa tu revolución.

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