No se trata de una amenaza contra violadores, contra tratantes de wawas o contra curas pederastas; se trata de un movimiento que retrata lo que yo llamaría “el otoño del patriarca”, que no es otra cosa que el fin y la decadencia del concepto de familia como propiedad del padre.

Es el fin de la familia,  donde el padre se declara “la cabeza” y, por lo tanto, el único con derecho a palabra y decisión. Del concepto de familia nuclear, donde la madre es una subordinada del padre, donde ella es una mujer resignada que se deja violar, una mujer que ni conoce ni exige ni fantasea placer sexual alguno o, en otros casos, donde la madre debe ser una silenciosa cómplice del incesto cometido por el padre.

Donde el padre llega en calidad de patrón a hacerse servir con los demás a comer el mejor plato y sentarse a la cabeza de la mesa, en un lugar que nadie más puede ocupar. Un modelo de familia donde las hijas son invisibles y los hijos, tal cual su propio nombre declara, son aquellos en los que el padre descarga las atenciones y las expectativas por la prolongación de su apellido, de su patrimonio, de su prestigio o de su fantaseado poder viril. Una familia donde reina el silencio y la hipocresía.

Con mis hijos no te metas es un movimiento fascista, conservador e ignorante, que de la mano de sectas cristianas ha desembarcado en Bolivia para realizar la campaña que inyecte al proceso boliviano de un manto conservador de miedos contra el otro diferente. Ha desembarcado para prolongar su prédica de odio contra las mujeres y sus rebeliones, contra las personas trans y sus atrevimientos, contra las libertades de la “mariconada” y de todo aquel o aquella que se atreva a explorar su sexualidad.

Lo que también refleja el movimiento –Con mis hijos no te metas– es la impotencia del patriarca en su coletazo final que sabe que su poder se extingue y quiere morir matando. Es un movimiento ignorante que persigue las libertades sexuales bajo el supuesto de que estas libertades son peligrosas. Lo que no saben y donde muestran su más completa simplonería es que las libertades sexuales se propagan solas.

Ignoran que la masturbación no requiere manuales y que las bocas se buscan y los cuerpos se mezclan por un deseo que no tiene puertas que puedan ser clausuradas ni vigiladas siquiera.

Yo, que soy lesbiana publica hace mas de 30 años en Bolivia, hablo todos los días sin parar con cientos de colegialas que me buscan, no para hablar de lesbianismo, sino para hablar de la vida y para pedirme las claves con las que se abren las puertas de la libertad que –suponen– yo las tengo y fabrico.

Y no saben cómo me divierto charlando con ellas y tantas veces con ellos para revelarles  que las puertas están en sus propios cuerpos y las claves de apertura en sus manos, y sus sentidos. Eso no se puede cerrar, ni contener, ni apresar, ni prohibir.

Yo no me meto con tus hijos, son ellos que encuentran el camino para buscarme porque no te soportan ya en la mesa, porque vomitan tus órdenes, porque se burlan de tu imposición de virginidad, porque ya abortaron sin que las apoyes y saben sostenerse en sus pies. Porque besaron miles de veces con la lengua y se comieron el mundo con el ano.

Porque no hay mujer de 14 años dispuesta a repetir la vida de sus madres, no hay mujer de 14 años que no sepa que su madre padeció de ausencia de dignidad, de felicidad y de orgasmos. No hay mujer de 14 años que por no recibir esa herencia  se rebela con los pies y con las manos, en la forma de vestir y en la forma de actuar, pero sobretodo en la exploración sexual.

Los limites hombre-mujer, mujer-hombre han sido difuminados, se han convertido de rígidos a líquidos; se han convertido de verdades en posibilidades debatibles. La androginia la hemos inventado las mujeres hace un siglo con la conquista de los pantalones y ahora lo que no gustan son las calzas que marcan nuestros labios púbicos superiores.

Con mis hijos no te metas es una advertencia inútil que declara en la frase su propia impotencia.

El desorden sexual ya ha sido inaugurado, ya está consolidado. Ya las vírgenes abandonaron sus altares y en lugar de dejarse crucificar, los cristos se masturban eyaculando sobre la humanidad; mientras otros cristos los penetran por el ano, gritando aleluya, viva la libertad.

Página Siete